Desde el inicio de la llamada “organización nacional” en la segunda mitad del siglo XIX, los indios han sido “el otro” de esta civilización, la barbarie, la fealdad, lo insano. La arquitectura del Estado neuquino, diseñada a partir de esa época para instalarse en el medio de la cultura indígena, someterla, reprimirla e integrar sus restos a la dinámica cultural de los vencedores, continúa reproduciendo esas finalidades en sus leyes, en sus prácticas administrativas y judiciales y en la ideología asumida “naturalmente” por sus funcionarios.
Por eso la discriminación consiste en una estructura cuya crítica debe ir más allá de las actitudes individuales. En conjunto, cada funcionario y cada agencia estatal cumple con su función en la tarea asignada y se especializa en sus aspectos particulares. No necesita saber, y muchas veces aún prefiere no saberlo, que su actividad de segregación se articula con la de otros departamentos y otros especialistas, también dedicados profesionalmente a realizar la parte de un plan general, en una área estrecha de asuntos a los que puede manejar con eficiencia.
Sólo desde la mirada global de pueblo excluido, que percibe su encerramiento por todos y cada uno de los organismos estatales, puede contemplarse la magnitud de la estructura discriminatoria. Aspiramos a que, quienes en la región adopten esta perspectiva, perciban la realidad expuesta con la misma facilidad con que lo harán aquellos ubicados en el ámbito internacional de defensa de los derechos humanos.